ABC. Sevilla. Cada Jueves Santo, los armaos de la Macarena hacen realidad un antiguo ritual transmitido de generación en generación, cuando, a las seis en punto de la tarde, inician su tradicional recorrido por las calles de Sevilla. Van a la casa de su capitán y a la de su teniente. Después, la centuria ya completa, desfila por el centro de una ciudad que revive los tiempos de la Roma clásica... hasta la mañana siguiente.
En su peculiar itinerario, hay dos lugares de parada a los que son fieles cada año: el convento de las Hermanitas de la Cruz, para rendir homenaje a Sor Ángela, y, ya poco antes de llegar a su destino final, la basílica de su Madre Macarena, la del Gran Poder, para ponerse a los pies del Señor de Sevilla. Ayer también acudieron al templo de Los Gitanos, para visitar al Cristo de la Salud, ésa que quisieron llevar, junto con su Esperanza, a los niños del Hospital Infantil, parada de excepción y parte inolvidable de un recorrido que, por vez primera en años de historia, incorporó el autobús a su característico desfilar, ante cuya visión Sevilla sueña con ser romana. Y así lo soñaron, también ayer por primera vez, pequeños y mayores en un hospital que la centuria de la Macarena llenó de luz.
«Mi teniente, ¿me da un besito?»
Ya desde varias horas antes, los niños del Infantil esperaban con impaciencia a los armaos, con sus caras pegadas a unas ventanas, que incluso habían limpiado ellos mismos «para poder verles llegar bien», contaba una emocionada Tere, que no se perdió un detalle de esta ansiada visita. Algunos aguardaban en la puerta del hospital al lado de sus padres. Junto a ellos, también había miembros del personal del centro y familiares de la «centuria romana más hermosa del mundo», como murmuró más de uno cuando, entre aplausos, se pudo ver, a lo lejos, los primeros penachos de grandes plumas blancas de avestruz.
Entre sonrisas, estampitas de la Macarena y diminutos armaos de barro pintado en colores que repartió la centuria, músicos y lanceros fueron recorriendo las distintas plantas del hospital, en lo que el capitán, Ignacio Guillermo Prieto, definió como «una experiencia única, tan emotiva como jamás hayamos vivido antes. Es una forma hermosa de llevar nuestra Esperanza a los niños y a sus familias».
A pocos metros, Sergio, de once años, se le acercaba como nuevo teniente de la centuria: Fernando Vaz Calderón le había cedido su espada y su casco plateado, con los que Sergio se sentía «como un auténtico romano». Más que suficiente para tener claro que, «de mayor, quiero ser de la centuria. Bueno, mejor antes...». Poco después, el armao se despedía -aunque no sin trabajo- de esta joven promesa: «Mi teniente, a sus órdenes siempre. ¿Me da usted un besito, por favor?». Fernando Vaz llevaba ya para siempre un recuerdo en el alma: «Esto es tremendo. Muchas veces uno se queja sin razón, sin darse cuenta de lo que realmente es importante. Yo no me quiero ir de aquí».
A su lado, Blanca, de seis años, miraba absorta su casco plateado de plumas blancas: «Es lo que más me ha gustado, y toda la ropa, y el mu-ñequito, y las estampitas...». Inma, de catorce, aseguraba que le «había gustado todo. Pero, lo que más, uno de los armaos».
Los minutos volaron y, con ellos, la visita de la centuria. Poco antes de formar otra vez para continuar su marcha, una madre, pensando en la Madre Macarena y recordando las palabras que a Cristo en la Cruz dijo el buen ladrón, susurraba a uno de los armaos: «Acuérdate de nosotros cuando estés delante de ella».
Si desean oir todo lo que sucedió aquella tarde en dicho Hospital Infantil, accedan al siguiente enlace del programa cofrade de Canal Sur Radio "El Llamador" .
http://coronacionjerez.blogspot.com/
viernes, 17 de abril de 2009
El bálsamo del cosquilleo de plumas en el alma
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