Francisco C. Aleu. Allí lo mismo se proyectaba un parque temático que una noria gigante; se arreglaba una recalificación de suelo o la adjudicación de un contrato. Dicen que se comía bien y se bebía mejor. Un día se planificaba la ampliación de la Feria y al siguiente la construcción de un ovni en el circuito o la compraventa del Xerez. A nadie extrañó por tanto que un mal día apareciera por allí un grupo de cofrades encabezado por un hombre bueno condenado a tragarse el sapo más grande de su vida.
Y fue así, entre copa y copa, cuando el anfitrión abrió la caja de los truenos avanzando su deseo de enterrar para siempre un modelo de Carrera Oficial que jamás había sido puesto en cuestión por las cofradías. Aquello era una especie de capricho que, por ser tan grande el encaprichado, no había más remedio que atender. El palquillo tenía ser trasladado a la Alameda de Cristina, que sería cubierta de tribunas cual sambódromo brasileño. Y se acabó.
Vano fue el intento de convencer al encaprichado de que tamaña decisión debía contar con el consenso del pleno de hermanos mayores. Incluso, de que el Obispado tendría también que pronunciarse. Pecata minuta. Los unos y los otros debían tantos “favores” al señor que no se atreverían a abrir la boca. Cuentan que la pesada digestión del agasajo se hizo en la antigua sede de la calle Sevilla: caras blancas, sudores fríos...
Del delirio del encaprichado tuvieron rápido conocimiento los hermanos mayores, sin que fuera necesario que les informara el Consejo, que para eso siempre hubo mayordomos encargados de levantar el teléfono por sus señores. Y así se fue gestando la cosa, haciendo lo posible para que todo pareciera “un accidente”. No obstante, un grupo de desafectos al régimen defendió con nobleza la causa de las cofradías. Para ellos fueron las amenazas y coacciones. Unas públicas. Otras soterradas.
Fue ese ambiente de cortijo decimonónico el que cavó una fosa de la que las cofradías no han sido aún capaces de salir; el que manchó su historia y las colocó eternamente a los pies de los caballos. Fue ese capricho, ese delirio bañado en oloroso del caro, el que acabó con la esencia de la Semana Santa de Jerez. Vienen ahora a salvarnos aquellos mismos que nos enterraron, en vomitivo mercadeo de titulares que justifiquen todavía su existencia.
lunes, 8 de abril de 2013
'La bodeguilla de los delirios'
lunes, abril 08, 2013