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lunes, 5 de noviembre de 2012

Primer golpe. Ni fue dimisión, ni fue elección

ABC. No siempre una dimisión es reflejo de lo que expresa el vocablo. Ni siquiera cuando se la apellida de irrevocable. Adolfo Arenas presentó la carta de dimisión pero no quería dimitir. Hombre curtido en la diplomacia más fina pretendía saber si contaba con la confianza del Arzobispo para seguir en el puesto después de la crisis del pregonero en la que hubo responsabilidad por todas partes. Repito; por todas. Pero Monseñor no estaba en esas. Le molestó sobremanera ver en los periódicos conversaciones que él consideraba privadas. Una vez que Adolfo Arenas supo -el martes- que le dejaban caer vino aquella escenificación que le salió tan bien: unas declaraciones en las que quedaba subrayada en rojo la condición de irrevocable de su determinación. Después, ya se sabe, un gélido comunicado, la breve llamada de teléfono del Arzobispo, y a recoger los papeles del despacho de San Gregorio.

No hubo dimisión. Fue un órdago que Adolfo Arenas perdió.

Y tampoco hubo elección del pregonero. Elegir es tener la opción de escoger entre varias opciones que se plantean en pie de igualdad. Los consejeros pudieron votar, depositar su papeleta, discutir, pero no tenían la opción de elegir. El nombre del pregonero ya venía recetado: éste. ¿Y aquel y el otro? No. También venía en la receta. En este caso se han roto las reglas del juego. En una partida de ajedrez, uno no puede decidir de manera unilateral que la torre se va a mover en diagonal por el tablero. Y si el jugador toma esa decisión deberá asumir que su compañero de juego también quiera cambiar las reglas.

Ha sido todo muy triste. Entendiendo el malestar del Arzobispo, hombre criado en la discreción, también hay que entender el papel de Adolfo Arenas que haciendo un equilibrio, al querer ser leal al pastor y al mismo tiempo, a la institución a la que representa, se ha caído al vacío. Los cuatro años y pico que ha gobernado el Consejo han sido importantísimos. En su día se le reconocerá. Pero su último acto no le ha salido bien. Decidió inmolarse con agua. Y el agua que se echó resultó que era gasolina.

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