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martes, 9 de abril de 2013

'El arte eterno del pueblo'

Bernardo Palomo. Tienen unos bordados, nada más y nada menos, que de Juan Manuel Rodríguez Ojeda, poseen una túnica para el Señor– ellos la llaman túnico – que es una maravilla del mejor bordado que ha existido; la iconografía de su paso de Cristo es única, con un sayón que tira del Maestro, que traspasa fronteras por su originalidad y su personal composición escénica. La Hermandad se pierde en la Historia de los tiempos y del propio Jerez.
Un Nazareno antiguo, de los que su autoría es objetivo codiciado en los archivos por cultos estudiosos, guía los pasos a una hermandad consciente de lo que es, de lo que fue y de que tiene que llevar a los anales de la historia. La estela de esta pequeña pero poderosa imagen no sólo atrapa el sentir de sus hermanos y hermanas, sino que la ciudad, el pueblo entero, mira de reojo con los poros del sentimiento abiertos. Su Madre y Señora es única, rompe los efluvios tontos de las modas y pellizca el alma con esa mirada de Madre, madre, cercana y entrañable.

Están al margen de modos simples y efímeros; ellos son lo que son porque, así lo han decidido voluntariamente. El que llega se queda, sin cansarse, porque sabe hasta dónde ha llegado. Su conciencia espiritual está fomentada sin fisuras. En su capilla siempre hay un sitio, de verdad, para todos. Las poses, los falsos abrazos, las envidias, esa iconografía esquiva del alma que tanto abunda, no están en el libro de reglas de una Hermandad cuya trascendencia se escribe con otros renglones. En la calle, cubren los espacios de una noche única que va dejando retazos de historia vieja. Su estructura procesional tampoco es la habitual.

Existe un desordenado ordenamiento que se ha forjado en las bodegas del tiempo y todos saben cuál su sitio. Un reguero penitencial se hace presente sin exuberancias ni alharacas, sin voces impostadas y sin manifestaciones importadas. Cuando la noche se hace Jesús Nazareno, el Jerez eterno retoma su identidad de siglos. El tiempo pierde sus circunstancias y asume una realidad que nadie osa cambiar.

La verdadera Historia hace patente su más íntima iconografía. Una simple túnica morada encierra el valor eterno del arte más sublime que los tiempos han creado. Dos coronas funerarias en las caídas del palio recuerdan eternamente lo efímero de la vida y lo poco que somos. Sumen todo esto y añádanle lo que han oído de las voces sabias y viejas de este pueblo con pasado grande. Estarán ante la más grande lección de Historia popular y de íntima iconografía espiritual que se pueda escribir. Esta madrugada la pueden volver a encontrar, sin apenas modificaciones, en una noche que lleva el nombre indeleble de Jesús y que patrocina, además, un apellido: Jerez.

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