La Hermandad de las Cinco Llagas inauguró este pasado viernes una nueva edición del ciclo Memorial Manuel Martínez Arce
Hdad. de las Cinco Llagas. Suelto de manos en la tribuna de oradores: apelando a la destreza de los recuerdos, a la magnificencia de una remembranza que le pertenece por derecho propio, por congénita cronología: Manuel Martínez Cano –uno de los actuales hermanos más antiguos de la Hermandad de las Cinco Llagas e hijo de quien fuese alma mater y santo y seña de la misma: Manuel Martínez Arce- dictó el pasado viernes una muy entrañable e ilustradora ponencia en la Sala Capitular de esta señera cofradía de la Madrugada Santa cuyos contenidos enseguida vertieron el ADN de un cofrade ejemplar donde los haya, el legado inmaterial de un estético modo de hacer y de una ética manera de estar, de un espíritu corporativo –institucional- condensado y propagado e irradiado durante toda su existencia por el mencionado Manuel Martínez Arce.
Hablamos de uno de los más activos y pujantes padres de la Semana Santa de Jerez, de un periodista de artículos excelentemente plumeados, de un orador de altos fueros, de un cofrade preclaro. La celebrada este pasado viernes en la Casa de Hermandad del Silencio Blanco fue, en efecto, una conferencia in memoriam. Propicia y propiciatoria además habida cuenta inauguraba otra nueva edición del Ciclo Memorial Manuel Martínez Arce creado allá por los inicios de la década del dos mil.
Martínez Cano –que fue presentado por el Fiscal de Reglas de las Cinco Llagas Ernesto Romero del Castillo en una sesión presidida por el Hermano Mayor de esta corporación Juan Lupión Villar- habló de su padre exprimiendo toda la esponja de la nostalgia. “Mi padre se levantaba pensando en la Hermandad de las Cinco Llagas, almorzaba comentando la actualidad de su Hermandad de las Cinco Llagas y se acostaba preocupado o feliz según le fuesen las cosas a su Hermandad de las Cinco Llagas”.
Y así, en el brocamantón de un puñado de folios, surgió –casi al unísono- la urdimbre de la vida cotidiana y la entrega diaria a la cofradía. El tributo hecho cronología. Martínez Cano se sintió cómodo pues no en balde dominaba la propiedad privada de su propia memoria. Sabía de qué hablaba. Había sido testigo directo de tan hermosa historia. Historia nimbada, claro está, de intrahistorias. Y participó anécdotas de cofrades de los años cuarenta, cincuenta y sesenta que concebían su pertenencia a la Hermandad no sólo como un dignísimo don del cielo sino como una motivación permanente para fundirse en inquebrantables lazos de confraternización.
Regresaron a la palestra de los mejores encomios, nombres y apellidos como Enrique Fernández de Bobadilla y González-Abreu, Sebastián Santaolalla y Romero-Valdespino, Manuel González San Andrés, Rafael Cano Rodríguez, Manuel Tamayo Merino, José Soto Ruiz, Manuel Atalaya, Pepe Gómez, Manuel Guerrero Ramos, Gonzalo Baquero, etcétera.
Todos los presentes coincidieron no tan sólo en la enorme categoría cofradiera de Manuel Martínez Arce –fundador además de la Unión de Hermandades y de la Carrera Oficial junto al asimismo recordado Juan de Mata- sino su señorío en el trato social, su don de gentes, su capacidad de convencimiento al fundamentar cualquier propuesta o cualquier iniciativa o cualquier opinión, su educación elevada a la enésima potencia de la cortesía: era, en suma, un señor.
Entre los innúmeros rescates del ayer a modo de muestreo de un anecdotario enriquecedor, Martínez Cano rememoró lo siguiente: “Cuando apenas cumplí los catorce años ya pude vestir la blanca túnica de mi cofradía. Mi padre, que entonces ocupaba uno de los puestos más relevantes de la Junta de Gobierno y que además era el responsable de la organización de la cofradía y de la formación del cortejo, quiso aquel año portar un cirio para figurar de pareja de su hijo. Quiso estar conmigo, a mi lado, en mi primera estación penitencial”. Para Martínez Arce supuso un más alto honor sentir el latido de su hijo en su primera estación de penitencia que empuñar cualquier insignia que por cargo de hecho le correspondiese. Así era ‘don Manuel’ para las esencias de su sentir cofradiero.
Manuel Martínez Cano ya se convertiría en lo sucesivo en un nazareno fiel a la cofradía, donde además llevó “de todo: cirio, bocina, vara…” y sin embargo acentuó su evocación en la asignada responsabilidad de portar la actual Cruz de Guía de la Hermandad desde el año de su estreno, 1967, hasta el año 1988. “Mi padre ni siquiera me consultó mi preparación o no para asumir esta misión del horario de la cofradía y llevé la Cruz de Guía más de veinte años”.
Al final de su ponencia del pasado viernes, y de manos del máximo representante de las Cinco Llagas Juan Lupión Villar, recibió precisamente una fotografía en blanco y negro del cortejo nazareno del año 1967 encabezado por la entonces novedosa Cruz de Guía de la Hermandad de las Cinco Llagas a la sazón portada por un joven y anónimo nazareno de apenas veinte años.
miércoles, 29 de febrero de 2012
"Manuel Martínez Arce, mi padre, se levantaba todos los días pensando en su Hermandad de las Cinco Llagas"
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