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viernes, 15 de julio de 2011

Recuerdos (II)

Hdad. del Santo Crucifijo. También ocurrió la pasada Madrugada del Viernes Santo. Se había decidido no realizar la estación de penitencia como consecuencia de la lluvia, y se comunicaba a los hermanos que íbamos a recordar, ante nuestros benditos titulares, el camino del Calvario que llevó a Cristo hasta el Gólgota, que íbamos a participar y rezar en el ejercicio del Santo Vía-Crucis que sería dirigido por nuestro director espiritual.

Escogimos a tres hermanos para que portaran la cruz parroquial y los dos ciriales que lo acompañaban. Uno, enfundado en su túnica de nazareno, otro que participaba como penitente, el tercero iba vestido de calle con su impecable traje azul oscuro.

Aquellos tres hermanos no fueron elegidos por casualidad: uno luchaba y aún lucha contra esa enfermedad maldita que se llama cáncer. Otro iba a ocupar el lugar tras el Santo Crucifijo, y con la misma cruz, que cada madrugada llevaba nuestro hermano Nono Merino que fallecía, como todos sabemos, el Viernes Santo de 2010 cuando acudía a San Miguel. El tercero, al fin, pidió portar la cruz parroquial. Su mujer y él quieren ser padres, quieren que su familia se complete y se llene de la felicidad que genera cualquier nueva vida.

No estaba premeditado, salió así porque se nos ocurrió en ese momento, pero fue evidente para todos cuantos conocíamos a los tres hermanos que nunca un Vía-Crucis, ejercicio que acaba con la muerte de un Cristo que desde ese momento se convierte en nuestra única y auténtica salud, se había convertido, había representado una alegoría tan completa, tan bonita, de la vida, de nuestra vida:

· Cuando hay quienes defienden la matanza de inocentes, de miles de niños que no verán jamás la luz, cuando se justifica el aborto por cualquier causa, y hasta se hace apología pública de su necesidad, allí, en San Miguel, un hermano pedía a gritos por la vida desde el silencio de la oración, desde la fuerza de la penitencia.

· Cuando todos nos enfrascamos en los problemas cotidianos, cuando sólo pensamos en dinero, en tener más, en gozar sin límites de cuanto nos da la vida, olvidándonos demasiadas veces de los auténticos problemas, dejando a un lado a la familia, amigos y hasta a Dios, allí, en San Miguel, un hermano nos mostraba con su delgadez, con su calvicie, aferrado a la luz del cirial que mostraba el camino del Calvario, el auténtico tesoro que es la propia vida, y nos enseñaba cuanto tiempo perdemos, cual estúpida es tantas veces nuestra lucha cotidiana por tener, por poseer lo que realmente no es importante.

· Cuando nuestro día a día, nuestros afanes, nuestras luchas, nos hacen olvidarnos de que estamos en manos de Dios, de que es él quien decide y determina, de que nuestra vida no tiene sentido sino la recorremos a su lado, allí, en San Miguel, un hermano ocupaba tras el Santo Crucifijo el sitio que había dejado quién estaba ya a su lado, quién gozaba de su presencia maravillosa, quién disfrutaba de la vida eterna. La luz de aquel cirial era la de la presencia de Nono entre nosotros. Allí, en San Miguel, en la Madrugada del Viernes Santo, en el ejemplo de la cruz, principio y fin de todo y de todos, en las luces de los ciriales, luces de la lucha y de la esperanza, estaba la vida de aquellos tres hermanos, estaba la vida de todos nosotros.

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