Francisco C. Aleu. A mi reproductor de DVD ha llegado -y no digo cómo por temor a la ministra Sinde- un documental emitido por una televisión sevillana a modo de previa de la Semana Santa. Se llama Los hijos de la ciudad. Es original de Antonio Casado y, en honor a la verdad, de su contenido son más protagonistas los comentarios de Víctor García-Rayo y Paco Robles que las imágenes en sí, que se convierten en mero complemento de las reflexiones en voz alta de estos comunicadores.
Abundan las producciones videográficas de género cofradiero. Mas ello no evita la reiteración en las formas y los argumentos: chicotás interminables y voces de mando a unos costaleros que, en ocasiones, tienen más cuota de pantalla que las imágenes a las que portan. Por eso Los hijos de la ciudad logra captar la atención del espectador de principio a fin aunque la mayor parte del metraje la consuman dos señores que se cuentan sus cosas frente a frente. Porque es un trabajo distinto, que rompe con todo lo anterior.
Víctor García-Rayo y Paco Robles no hablan de la Semana Santa de Sevilla, hablan de cómo sienten ellos cada momento de esa semana, de cómo lo sintieron antes y ahora, en la madurez de una vida que ha estado y estará siempre pendiente del amanecer de un Domingo de Ramos. Y aunque todo gire entorno a las cosas que ocurren en la capital hispalense en la semana más extraordinaria del año, es fácil comprobar cómo los sentimientos que se ponen sobre la mesa no entienden de fronteras ni límites geográficos.
Ni la ilusión del niño ni la nostalgia del adulto tienen acento. Las formas de expresión nunca van a alterar el fondo de lo que representa la Semana Santa para todos aquellos que sentimos el pellizco del azahar en flor y la sublime desazón que produce ver cómo se apaga una candelería. El tiempo tiene el mismo valor aquí y allí, y en todos aquellos lugares del mundo en los que alguien ansía la llegada de las vísperas definitivas. Y eso es lo que nos une a los hijos de esta gran ciudad de la Semana Santa universal. En común tenemos 35 días, los que restan para que todo llegue y, a la vez, empiece a marcharse. Si tienen ocasión, no duden en visionar este documental. Vale por un buen pregón y una buena chicotá, aunque sea una de esas interminables...
lunes, 14 de marzo de 2011
Los hijos de una ciudad cualquiera
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