Monseñor José Mazuelos Pérez. Queridos Diocesanos:
A las puertas de la Semana Santa, compartimos juntos una breve meditación sobre la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Y para ello contemplaremos su comienzo en Getsemaní para posteriormente acompañados de María caminar con Ella hasta el Calvario.
Tras la entrada triunfal en Jerusalén y celebrar la Última Cena nos encontramos ante la Pasión de nuestro Señor Jesucristo que comienza con la oración en el Huerto. Cristo ora, sufre y lucha a solas, sin la compañía de sus discípulos, a solas con su Padre. Ahora es cuando llega el momento de decir el “sí” definitivo a su voluntad. Y Jesús acepta. La oración de Jesús en el huerto ha impresionado siempre profundamente a la Iglesia.
Su terrible agonía la describe ya la carta a los Hebreos (5,7s), y hasta Juan, que ve la pasión bajo el signo de la glorificación, considera indirectamente la agonía de Jesús en el huerto con un eco particular:
«Ahora mi alma está turbada. Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! (Jn 12,27).»
Contemplando la oración de Nuestro Señor, descubrimos que como Él, también nosotros vivimos momentos en el que nos encontramos solos y nos llega el cansancio ante la lucha por el bien. Hay momentos de dolor en que parece que no podemos salir airosos, o bien entramos en el desánimo ante la vejez, la enfermedad, las desgracias naturales, las guerras, la crisis económica, el paro, etc.
Pues bien, Jesús en su oración en el Huerto nos da una clave para aquellas horas que no pasan. Por encima del mal y del pecado, está el amor de Dios en Cristo Jesús. No dejemos de caminar. El dolor y las dificultades de la vida son también camino de salvación. Por tanto, es la hora de descubrir que no estamos solos, el Señor nos ha precedido y también envía un ángel que nos consuele. Quizá en esos momentos nos conviene repetir la oración de Jesús y como Él tener claro que detrás de toda nuestra vida está siempre Dios.
Y en ese mirar a Jesús resplandece ante nosotros la presencia amorosa y firme de su Madre. Los Santos Evangelios nos narran que junto a la cruz estaban su Madre, y el discípulo fiel y amado (Cf. Jn 19,25). María es centro de interés, es mencionada por Jesús y se dirige primero a Ella. Su adhesión a su Hijo es indudable desde el comienzo de su vida hasta el final.
Por tanto, es María, que compartió la pasión de Jesús de una forma única, la que nos confirma las enseñanzas de Getsemaní y la que puede ayudarnos a entrar en la semana grande de nuestra fe. Mirándola a Ella vemos que en el drama del Calvario la sostiene la fe. A los crueles insultos lanzados contra el Mesías crucificado, ella, que compartía su pasión, responde con la indulgencia y el perdón, asociándose a su súplica al Padre: "Perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34).
Pues bien, como a san Juan, María nos invita a estar a su lado para experimentar, como Ella, que incluso en los momentos más difíciles no estamos nunca solos, sino siempre acompañados de Dios. Y es junto a Ella como podemos aprender que su esperanza al pie de la cruz encierra una luz más fuerte que la oscuridad que reina en muchos corazones. Por tanto hermanos en estos tiempos de crisis y de oscuridad de la dignidad de la persona humana, amenazada en todas sus dimensiones, tanto materiales como espirituales, es María la que nos invita a no desfallecer y permanecer ante el mundo firmes en la fe, Convencidos de que Cristo es la verdadera medida del hombre y seguros de que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Iluminados por su esperanza trabajemos para transformar nuestro mundo con el poder renovador del amor y la verdad. Vivamos los desfiles procesionales con fervor sobrio y sincero, sabiendo que son momentos para que la oración sencilla brote de muchos corazones y los sostenga en su esperanza en el Señor.
Y después de haber acompañado a Cristo en su Pasión a lo largo de la Gran Semana Santa, entremos con María en la Pascua y celebremos el triunfo del Amor, el triunfo de la Luz sobre las tinieblas, la victoria de la Vida sobre la muerte. En el silencio de la Noche Santa, Cristo Resucita, sale vivo del sepulcro, resucitado para siempre, levantado victorioso de entre los muertos. Luz de luz, Dios de Dios, Vida de la Vida que invade la entera existencia humana.
Preparémonos pues para recibir, como las santas mujeres, el anuncio de la Buena Noticia de que Cristo está vivo. Como ellas, recibiremos el anuncio de los ángeles: HA RESUCITADO. Ya no hay muerte en el sepulcro, la Vida reina y vence a la muerte. Ahora podremos renovar nuestro propio bautismo, nuestra inmersión en su muerte y resurrección; nos alimentaremos con el Pan del cielo en la Eucaristía para que ya no seamos nosotros los que vivimos, sino Cristo quien viva en nosotros. Ahora podemos ser testigos activos de su Resurrección. Dios está vivo no en el pasado, sino en el presente. Su amor es más fuerte que todas nuestras muertes. Cristo resucitará y nos hará contemporáneos de la victoria del Amor de Dios. Cantemos con alegría el himno de victoria: ¡Cristo ha resucitado¡; El nos muestra que la muerte y el mal no tienen la última palabra, sino la Verdad y el Bien: Dios mismo.
A la Virgen María, nuestra Madre, primera en ver la resurrección de su Hijo, nos encomendamos para que nos ayude a actualizar los misterios de la Pasión Muerte y Resurrección de Cristo. Que la fidelidad de Jesús y María a la misión recibida nos aliente a mantener encendida la fe en la Pascua gloriosa de Jesús, que viene a nuestro encuentro derramando paz, fortaleza y alegría. A ella nos acogemos, con toda la Iglesia, aclamando ya desde ahora a Jesús: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Así sea.
+ José Mazuelos Pérez
Obispo Asidonia-Jerez
sábado, 31 de marzo de 2012
Carta de Semana Santa
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