Redacción. Día intenso, precioso, íntimo, con momentos especiales.
A las ocho de la mañana ya estábamos en el Monte de las Bienaventuranzas. Eucaristía al aire libre con el fondo majestuoso del mar de Galilea, los Altos del Golán, y los muros de la pequeña e intima Iglesia que rememora el lugar desde el que Cristo proclamó la constitución de la Iglesia, como definió el Padre Felipe en su homilía a las palabras que pronunció Jesús en esta ladera agreste y feraz que han convertido en un auténtico vergel.
Cuatro misas se celebran a la vez en otros lugares cercanos, nuestros cantos se entrecruzan en la lejanía con los de un grupo de japoneses, otro norteamericano, otro africano y otro no sabemos de donde. Una maravillosa torre de babel en torno al mensaje de Jesús.
Qué bonito empezar el día así, viviendo la Santa Misa en esta especie de anfiteatro romano, de teatro, que nos permite rodear y estar cerca, muy cerca, de los celebrantes. Qué bonito ver como de nuevo Joaquín Perea lleva puesta sus medallas de nuestras hermandades sobre su ropa de acólito. Qué bonito ver como ya van apareciendo las medallas de nuestra hermandad sobre los pechos de muchos de nosotros como si de una Función Principal se tratara.
La Catedral de Pedro. La Pequeña Iglesia presidida por una enorme piedra desde la que es probable que Jesús confirmara a Pedro como su sucesor en la tierra. En la misma orilla del Mar de Galilea o Lago Tiberíades, escuchando sólo el murmullo de las aguas cercanas, oímos las palabras de nuestra maravillosa guía (María, israelita, cristiana). ¿Por qué Jesús decidió que fuera Pedro?, el más bruto como ella dijo, quien le sucediera, quien se convirtiera en primer Pontífice de nuestra Iglesia.
Nos habló de los sacerdotes, de sus problemas como hombres elegidos por Dios, de la necesidad de nuestra ayuda...
Una gozada auténtica que culminó con todos nosotros con los pies metidos en el agua del lago y buscando piedras en forma de corazón para traérnosla de recuerdo (algunos van a montar una casa con ellas de la cantidad que cogieron).
La Basílica Benedictina de los panes y los peces, preciosa, con apariencia de bizantina y románica, de paredes de piedra desnuda. Allí Jesús cogió dos panes y cinco peces, dio de comer a 5000 personas, sin contar a mujeres y niños, y sobraron doce cestas como dicen los Evangelios. ¿Por qué fue aquel el sitio elegido por Jesús?. ¿Qué significado tiene esta multiplicación y otros milagros similares?. María de nuevo llevaba la batuta y nos centraba en aquel momento de la historia de hace dos mil años. Nos explicaba simbología y significado. Nos daba respuestas a todas las preguntas que cualquiera pudiéramos hacernos.
Cafarnaum. La casa de Pedro, la casa de la suegra de Pedro, la sinagoga desde la que Jesús creó una nueva escuela rabínica. ¿Quienes componían aquella escuela y por qué?. La revolución de permitir asistir a aquella formación a mujeres, los milagros de Cristo en la ciudad más importante de la Galilea de aquellos años, cruce de caminos hacia lo que hoy es el Líbano, Jordania y Siria. El rezo del Ángelus sobre las mismas piedras desde las que Jesús formaba a los judíos. De nuevo recuerdo a la Virgen, de nuevo emoción.
Paseo por los restos de la ciudad y, ¡horror!, ¿qué es aquello que parece un platillo volante?: La Iglesia construida sobre la primitiva del siglo I que, con casi total seguridad era la casa de Pedro, que pertenecía a su suegra y donde se alojo Jesús durante sus largas estancias en esta ciudad. El horror se atenúa, sin embargo, comprobamos que es una espectacular obra arquitectónica que ha conseguido construir una Iglesia grande sobre la primitiva sin clavar un sólo pilar en el terreno sagrado y consiguiendo mantener todo el conjunto de casas e iglesia en su integridad.
Y nos vamos al barco, que vamos a cruzar el Mar de Galilea como también hizo Cristo en algún momento de su vida. Todos cabemos aunque nos parecía en un primer momento que no. Sopla un aire más fresco que nos alivia del calor agobiante que nos persigue. Empezamos a navegar y, atónitos, observamos que nos han preparado una preciosa bienvenida: La bandera de España es izada en el mástil del barco mientras suena nuestro himno, el que no tiene letra, el que nos llega al corazón. Todos de pie. Todos emocionados. A 3.500 kilómetros de distancia sentíamos a nuestra tierra con intensidad. Era como la salida de cualquiera de nuestros pasos. Algunas lágrimas cayeron. Todos nos emocionamos.
Navegamos con tranquilidad, alguien dijo que con marinería. El Padre Ramón nos lee el Evangelio, más que leerlo nos lo hace vivir y sentir. Las últimas palabras del texto: ¿Quién es ese hombre que es capaz de calmar el mar y las tempestades?. Resuenan en nuestras almas. Todo es silencio absoluto, impresionante. No se escucha nada salvo el graznar de alguna gaviota cercana. No sé cuánto tiempo duro aquello, pero os juro que fue maravilloso.
Alguien ha puesto música, es el shalom hebreo, y siguen otras canciones, algunos bailan, los marineros cantan e incitan a que nos unamos a ellos, la gente ríe y se divierte, la guía nos recuerda que también con el baile, con los cantos, honramos y veneramos a Dios. Alguien canta una sevillana que es bailada por los valientes. Una hora así. Una hora preciosa. Una hora de descanso del alma ante tantas emociones.
Ya atracando no se le ocurre al encargado de turno otra cosa que poner la famosa "Macarena" de 'Los del Río', que suena estruendosamente y que, vaya tela, es inmediatamente bailada por un montón de peregrinos chinos o japoneses que no lo sé, que partían del punto de atraque en otro barco. Risas e hilaridad. Alegría a raudales. Estamos viviendo algo único, lo sabemos y todos intentamos que no exista problema alguno en esta comunidad que hemos formado durante ocho días y que se viva una autentica hermandad.
Pero nos quedaba lo mejor del día tras el almuerzo: El Monte Tabor. Que belleza de iglesia. Que preciosidad de teselas. Todos bajamos las escaleras que, dentro de la iglesia, nos sitúan en la pequeña capilla que preside el presbiterio y que está ubicada sobre las piedras primitivas del monte. De nuevo María, y ahora nos habla de transfigurarnos, de quemar nuestros miedos y dejarlos allí en aquel monte, de intentar vivir la maravillosa alegría de la palabra de Cristo.
En una esquina el Padre Felipe se ha sentado en la escalera porque todos no cabemos en la capilla. María lo invita a hablar, el Padre Felipe se sorprende porque no se lo esperaba, gasta alguna broma, pero arranca a hablar...
Es su corazón el que se dirige a nosotros, el mismo corazón que se rompió en la Anunciación ayer y lo hizo llorar a lágrimas vivas, el mismo corazón de hombre bueno que nos ha demostrado tantas veces.
No se calificar lo que escuchamos porque probablemente no haya forma de hacerlo. Solo puedo deciros que.... nos echaron. Eran las seis y teníamos que habernos ido a las cinco y media. Había que cerrar y quizás fuera bueno así, porque nos quedamos con tal necesidad de continuar que vamos a coger el día de mañana con la seguridad de retomar lo que hoy se cortó: El momento en el que un fraile mercedario nos hablaba de cambios en nuestra vida, de esperanza, de alegrías, de ...
Mañana será otro día. Llegamos a Jerusalén. Lo ansiamos, lo deseamos porque intuimos lo que vamos a vivir.
No tengo que deciros como nos acordamos de todos, ni indicaros que todas y cada una de nuestras peticiones hablan de Jerez, de hermandad, de Semana Santa, de nuestras familias, de nuestros amigos, de todos los que queremos, de vosotros.
Ojalá mañana también pueda contaros las experiencias que vivimos. Perdonad si escribo con largueza pero, os juro, que del día de ayer y del de hoy podría escribir mil veces más de lo que lo he hecho. Es tanta la intensidad, es tanta la emoción, son tantas las vivencias de cada uno de nosotros que por mucho que lo intento no soy capaz de resumir estas notas que os envío con el corazón desde esta Tierra bendita.
Un abrazo muy fuerte para todos.
jueves, 1 de julio de 2010
La Hermandad del Santo Crucifijo, en Tierra Santa (30/06)
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