Hermandad del Santo Crucifijo. Cumplo la promesa que realicé a algunos hermanos y empiezo a contar algunas de las muchas anécdotas que nos han ido acaeciendo es nuestra peregrinación. Intentaré resumirlas lo más posible:
· Los peregrinos rusos y Galicanto: Justo al lado de la casa de Caifás donde estuvo Jesús encerrado penosamente y pegado a la Iglesia que recuerda las negaciones de Pedro, existe un camino romano que se conserva tal cual desde tiempos anteriores a Nuestro Señor.
Por esa vereda de losas y piedras anduvo Jesús al menos dos veces: cuando fue arrestado y cuando se lo llevaron para juzgarlo. Es uno de los pocos vestigios reales de aquella época.
Pues bien, han tenido que cerrarlo en toda su extensión y ya no se puede disfrutar de un recorrido precioso que se hacía, habitualmente, rezando el rosario.
¿La razón?: Los peregrinos rusos cogieron la costumbre de ir con una pequeña picola y romper trozos para llevárselos de recuerdo. ¿Qué barbaridad, no?
· Las banderas de España: Seguro que era por mor del mundial de fútbol, pero nuestra primera sorpresa al llegar a Israel fue comprobar el montón de banderas de España que cubrían ventanas o estaban izadas en mástiles, lo que nos hizo muchísima ilusión. En casi todas las ciudades que visitábamos podíamos comprobar cómo se repetía la presencia de nuestra bandera, hasta en algún coche.
Desconozco si en aquellas casas vivían descendientes de españoles o españoles, pero la realidad es que en Israel hay muchísima gente que sabe y utiliza nuestro idioma con fluidez. Incluso algún miembro de nuestra peregrinación tuvo la oportunidad de charlar con algún sefardita descendiente de españoles.
· El Padre Nuestro: Sucedió el último día. Era la despedida de nuestros guías. Estábamos en la preciosísima Iglesia románica de Santa Isabel en Jerusalén. Nuestra guía, María, de la que ya hemos hablado antes, nos dijo que nos iba a hacer un regalo... y se puso a cantar.
Con una voz suave y melodiosa, nos deleitó con el canto del Padre Nuestro... en árabe. El silencio se cortaba con un cuchillo y la emoción afloró de nuevo en algunos de nosotros.
Alguien lo grabó. Intentaremos colgar en nuestro blog ese momento porque fue realmente delicioso y creemos que merece la pena que todos lo vivamos.
· La última petición: Estábamos en el Santo Sepulcro e íbamos a empezar la Eucaristía. Un grupo de seis personas se acercó a nosotros para pedirnos permiso para acompañarnos a lo que, lógicamente, accedimos.
La Misa transmitía una sensación de recogimiento, de oración. Cuando llegó el momento de las peticiones, que, como siempre, eran realizadas por todos nosotros, uno de aquellos señores pidió en medio de sollozos:
"Señor, yo te pido por mi hermana que está hecha un vegetal. Yo sufro mucho viendo como se encuentra y toda nuestra familia también. Danos fuerza para ayudarla. Danos…"
No pudo terminar porque el llanto lo rompió. Vosotros os imagináis el resto.
· Los taxis y el monte Tabor: Al monte es difícil subir por la estrechez de la carretera, por sus grandes y cerradas curvas, que impiden que asciendan los autobuses.
Se llega pues a una especie de apeadero donde aparcan los autobuses, apeadero que cuenta, como siempre, con una gran tienda, y en el que te montas en unos taxis de ocho a diez plazas conducidos por árabes con bastante malas pulgas que te suben y bajan a tanta velocidad que parece que te vas a salir en cualquiera de aquellas pendientes. Me supongo que lo harán para "acongojar" al personal.
El dueño del apeadero y "capo" de los taxistas también es un árabe con bastante mala leche.
Mientras no bajen los últimos peregrinos, el resto, evidentemente, se entretiene tomando cualquier cosa o comprando en la tienda con la avidez que os suponéis. ¿Qué es lo que hacen? Dejar arriba a varias personas sin que acuda nadie a recogerlos hasta que el citado señor comprueba que ya ha vendido todo lo que tenía que vender y avisa, entonces, al último taxi para que los baje, con lo que, en nuestro caso, cinco personas estuvieron más de media hora esperando en medio del monte, y me supongo que con cierto miedo de que nos hubiéramos olvidado de ellos.
La historia, aunque demuestra la picaresca que observamos en casi todas las ciudades árabes con un importante número de turistas, tiene tanta guasa que nos pidieron que protestáramos a la embajada de Israel para que su gobierno terminara actuando y buscando soluciones alternativas.
· Los cánticos del autobús número dos: Desastrosos, lamentables, horribles. Todo lo que os diga es poco. No os digo los nombres de quienes íbamos en él por pura vergüenza.
· El Ángelus del autobús número uno: Se suponía que no podíamos llevar a Israel ni comidas, y menos de cerdo, ni bebidas alcohólicas. Pues bien, alguien, o "alguienes" no se enteraron de aquella recomendación.
Conclusión: cuando llegaba la hora de la comida, algunos hermanos ya venían hartitos de vino de Jerez, de jamón, de queso, de chorizo...
En el otro autobús nos tuvimos que confesar del pecado de envidia.
· Los ortodoxos: Qué suciedad en todos los lugares que tienen bajo su custodia. Qué oscuridad en todas sus capillas. Qué cantidad de mugre por todos lados. Qué barbas largas dejadas y "poco claras". Qué sotanas con manchas. Qué cantidad de velitas ridículas oliendo malamente. Qué montón de iconos maravillosos que casi no se ven porque hace varios siglos que nadie los limpia. Qué peseteros.
Qué contraste con la limpieza y pulcritud de los lugares custodiados por la Iglesia católica.
· Los partidos de España: Vivimos dos, con Portugal en Tiberias y con Paraguay en Jerusalén. A destacar:
- En Tiberias coincidimos con un gran grupo de portugueses. Los dueños del hotel nos habían preparado un gran salón con sillas. ¡Un jamón! Los portugueses se metieron en el salón, nosotros, absolutamente todos, en el bar como es lógico que es donde nos servían cubatas, o lo que fuera. Movimos butacas, sillas, sillones, y dejamos aquello que no lo conocía nadie, pero disfrutamos como enanos.
Por cierto, vamos a contratar a nuestras peregrinas para animar a nuestro Xerez Club Deportivo. No os podéis imaginar lo que son capaces de hacer y cantar.
- En Jerusalén había terminado el Sabbat y teníamos como vecinos a un grupo de judíos con sus sombreritos, quipás, etc. Todos serios, todos con esa carita de tristeza que llevan que parece que no se han reído en la vida, todos más blancos que el ajo.
Volvimos a poner el bar patas arriba y montamos tal follón que conseguimos que se rieran hasta los judíos, además de, por supuesto, acabar con las reservas alcohólicas del hotel.
viernes, 9 de julio de 2010
Anécdotas en Tierra Santa (I)
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
0 comentarios :
Publicar un comentario