Alberto Espinosa García. Hace poco volví a verla. Fue en su ultimo besamanos. Como siempre, una vez que estuve delante de Ella, me faltaron palabras, y me faltó tiempo, para contarle todo lo que me pasaba. Pero esta vez era diferente, por que tras muchos años persiguiendo un sueño, por fin pude fotografiarla. Cuando descargue las fotos, solo pude darle las gracias por tenerla tan cerquita de mí, cogí un folio, y le escribí esto.
Las nubes pedían la venia
a los ángeles del Cielo,
para descender a la tierra
y posarse ante sus medios.
Ansiosas se engalanaban
para disfrutar del encuentro,
de ver a la Madre de Dios
postrada en aquel templo.
Las que volvían de allí
grababan aquel recuerdo,
sabiendo que aquella mirada
por siempre estremecería sus cuerpos.
Las que esperaban verla
jugueteaban con el tiempo,
correteando bajo el Arco
consumidas por los nervios.
Esperaban poder encontrar
a la que un día abandonó el Reino
cuando supo donde buscar
al Hijo de sus adentros.
Desde el día que se fue de allí
las ventanas no reciben al sueño,
y en las puertas de las casas
los relojes se detuvieron.
Desde el día que se marchó de allí
la tristeza se ha convertido en verbo
cuando se conjuga en los labios
el nombre que tanto se echa de menos.
Desde que María no está
el Cielo se siente maltrecho,
y guarda celosamente
la sombra de sus reflejos.
Desde que María se fue
ya no saben igual los pucheros
en la casa de Aquel Padre
que aun deshoja los te quiero.
Y los querubines, en coro
lloran aun por los senderos,
cuando sienten las huellas que pisó
la mas bonita del Universo.
Desde el día que partió
ni Cupido alza los vuelos,
que cuenta y recuenta flechas
que busca en todo momento
una razón, un por qué
para aceptar los sentimientos
de los luceros del alba,
los atardeceres en los desiertos,
la brisa de las montañas,
las olas que roban besos,
las estaciones del año,
la luna que pinta cuentos,
los ríos y sus afluentes,
los mares y sus tormentos,
...
He intuye que en su interior
de Ella aun siguen presos,
y esta vez no es por culpa de Él
que ese hechizo vive en lo eterno.
Si hasta San Pedro asume
entre risas y silencios
que jamás volverá a silenciar
sus palabras en un encuentro.
Y a cualquier visitante atosiga
–inquilinos de lo eterno-
con preguntas sobre si brillan,
-todavía sobre su pecho-,
las mariquillas que firmaron
verónicas sobre el albero.
Y busca a alguien que lo supla
en tan honorable puesto,
que con gusto echaba el cerrojo
aunque solo fuera un momento.
Pero sabe que no puede
que de producirse ese evento
se quedaría junto a Ella
hasta secar sus lamentos.
Y se asoma a los balcones,
otea desde el firmamento,
¡que daría su vida por estar
en un besamanos de ensueños!
Pero se consuela cuando
llamando a las Puertas del Cielo,
las nubes que esperaban ansiosas
han logrado ese privilegio.
Y cuando las puertas se van a cerrar
pues hoy el cupo está cubierto,
en sus canosas mejillas
el aire le regala un beso.
Se lo mandan desde San Gil,
la mocita de sus desvelos,
la niña guapa de Sevilla,
la que tanto lo echa de menos.
Y con una sonrisa en los labios
ha gritado a los 4 vientos,
que la que un día se marchó de allí
aun le sigue queriendo.
jueves, 13 de enero de 2011
No fue un sueño
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